Arturo Bermejo

De la precisión a la intención

Mi primer contacto con la programación, si mal no recuerdo, fue aproximadamente a los 14 años, allá por el 2003, previo a los smartphones y redes sociales. Mi hermano guardaba unas revistas que había comprado años atrás; estas te enseñaban a cómo crear tu propia pagina web, es decir, te hablaban de HTML, CSS y JavaScript. Además, también conservaba una colección de revistas de PC World Perú, imagino que con el mismo interés que luego yo tendría por la tecnología, aunque terminó dedicándose a otra cosa.

Revista PC World Perú

Revista PC World Perú

Por esa misma época, otro de mis hermanos logró adquirir una computadora de segunda mano que le vendió un amigo. Recuerdo que era una Compaq, con procesador Pentium I, y venía con Windows 95.

Fue realmente muy emocionante tener finalmente una computadora (aunque sin internet y con prestaciones muy limitadas, incluso para la época) y poder explorar todo lo que decían las revistas que había leído.

Durante ese tiempo la exploré todo lo que pude: abrí todos los programas, entré a todas las rutas posibles del sistema, aprendí a desarmarla, a configurar la BIOS y los dispositivos. Creo que el hecho de no tener internet y contar con ciertas limitaciones es decir, menos opciones, te lleva a profundizar mucho más en lo que tienes. Además, por supuesto, estaba el privilegio de contar con el tiempo para hacerlo.

Computadora COMPAQ DESKPRO

Computadora COMPAQ DESKPRO

Mi primera página web, que programé en la computadora, fue por supuesto una llamada “Mi página web”. Por esas épocas estaba un poco obsesionado con el fenómeno ovni 👽, jaja, así que, naturalmente, le agregué una galería de fotos de ovnis que me había descargado de internet y que tenía guardadas en mi disquete de 3½.

Pensando en retrospectiva, ¿qué era lo que realmente me llamaba la atención de todo esto? Claramente no era crear una startup multimillonaria, ni resolverle problemas a nadie, ni compartir mi creación con el mundo en redes sociales, ni completar algún curso.

Eramos solo yo y la computadora, viendo cómo mis pensamientos se materializaban en algo tangible e increíble. Vaya… para crear, solo necesitaba escribir mis ideas, qué gran poder! Por supuesto, debía hacerlo de una forma que la computadora pudiera entender. Era como pasar de un mundo donde reina la incertidumbre y la ambigüedad a otro más seguro, donde todo es predecible y esperado (incluso los bugs).

¿Y qué requería que la computadora lo entendiera? Bueno, debía aprender a organizar mis pensamientos de una manera lógica. Era una conversación interna conmigo mismo, un reto constante a mi propia forma de pensar. Descubría, de forma intuitiva, cómo abstraer conceptos, cómo relacionarlos, generalizarlos, organizarlos y categorizarlos. Cómo una misma idea puede representarse de distintas formas; cómo un caso excepcional, con la abstracción adecuada, puede convertirse en un caso más dentro de una regla general; cómo representar algo complejo de una manera simple, evidente, hermosa.

Sí, hermosa, una palabra más ligada al arte que a la ingeniería, pero así se sentía. Era el resultado de sentir orgullo, no solo por lo que mis pensamientos podían lograr, sino por la forma en que esa idea estaba expresada… en código, por supuesto.

Era un proceso iterativo de prueba y error, una toma constante de decisiones basadas en las tomadas anteriormente. Es decir, el resultado no era solo una idea plasmada, sino el resumen de una serie de elecciones: un conjunto de caminos tomados… y otros descartados. Es decir cuando uno mira el código no solo hay instrucciones también hay desiciones.

Quizás el código que escribimos refleja algo de nosotros, de nuestra personalidad, al igual que lo haría una pintura. Tal vez, entre esas líneas, se vean reflejadas nuestra osadía y nuestros miedos.

Volviendo al año 2025, en esta época de cambios extremadamente rápidos y continuos, tenemos ante nosotros la posibilidad de crear software sin escribir código directamente. Podemos hacerlo sin tomar todas las decisiones, delegando a la inteligencia artificial el cómo, y enfocándonos más en el qué y el por qué.

Y no solo en el desarrollo de software, sino en todas las áreas creativas. La inteligencia artificial generativa, los modelos de lenguaje, llenan esos huecos de ambigüedad, tomando decisiones donde nosotros no logramos ser del todo específicos, planteando propuestas donde nosotros somos los encargados de evaluarlas.

Mientras más específica es la instrucción, menor el rango de resultados posibles.
Pero mientras más ambigua, más se necesita confiar en que la IA sabrá interpretar correctamente y ofrecer algo valioso.

Esto sigue siendo un proceso iterativo, pero cada vez más desde la intención que de la precisión, más de la evaluación que de la implementación. Podemos pasar al resultado de una forma mas rápida en una época poco propicia para la paciencia.

A lo largo de la historia muchas mentes han tomado desiciones, han descubierto patrones de pensamiento que funcionaban, ahora la IA las pone a nuestro alcance sin siquiera ser consientes de ello. La IA nos ofrece lo mejor de nosotros mismos.

Cuando generamos algún software o pagina web, no solo obtenemos un resultado, en ese código está un poquito de la mente de muchas personas, de sus emociones, experiencias y formas de entender el mundo.

La inteligencia artificial ha venido a complementarnos, la inteligencia artificial es nuestra inteligencia colectiva.

Quizás las nuevas generaciones de programadores ya no disfruten tanto del proceso refinar el pensamiento como lo hicimos varios en su momento, quizás hacer código “manualmente” se convierta más en un hobby que en un requerimiento de la productividad. Tal vez el futuro ya no necesite tantos escultores de código, pero definitivamente sí que sigamos siendo pensadores.